Benidorm, el Albir, Finestrat...

Después de un mes complicado, unos días para descansar, dormir, dibujar y tomar cervezas y cortados.
De las veces que más he dibujado, en sitios que conozco muy bien, como un patio en el rincón de Loix que ya se dibuja solo, con el perro al lado, un libro y un café en la mesa, con las flores, el ficus y la montaña al fondo, sobresaliendo sobre las palmeras... Hay veces que uno se lo merece todo.
Van aquí unos pocos dibujos, aunque hice muchos más, esta vez todos en cuaderno, que aún me dura el chip de Elche. Pendientes de colorear o decidir si se dejan como están otros en una visita a El Cisne, lugar encantador de venta de antigüedades, mercadillo, guiris y pintas (las de los guiris y las de barril)...

 

    Y una acuarela de la semana anterior de un paraje del río, en Villalgordo del Júcar, cerca de Albacete, día nublado, las hojas de los sauces empezando a brotar, que el verano va tardío. De allí se tomará al agua para beber en mi ciudad. Una ciudad con 172 487 habitantes que beben agua de pozo, subterránea, buena para enjalbegar paredes y estómagos, pero que atasca la cañerías y los riñones con su cal. No no se nos permitía disponer del agua del Júcar, río valenciano que recorre media provincia de Albacete, ni del trasvase Tajo-Segura, tres cuartos de lo mismo. El Taibilla pilla lejos de la capital. Cosas de la historia, medieval y contemporánea. Eso sí, pagando un canon de un millón de euros anuales a la Confederación. Somos unos insolidarios asquerosos los manchegos con esto del agua. A veces me doy asco viéndonos tan rácanos con los hectómetros. (Nota quejosa y revindicativa).