MAGIA

Llevo veintisiete años visitando regularmente Cuenca. Mis suegros son de allí, de un pueblecito al que acudo siempre que puedo. Nunca antes había visto esta maravillosa ciudad con los ojos de alegría con que la vi el pasado fin de semana. La llenásteis de magia, de arte y, sobre todo, de afecto. Ese afecto que se tiene por aquél con quien, si conocer personalmente ni haber tenido nunca ocasión de dar un abrazo, se han compartido multitud de momentos y sentimientos, a veces con palabras y otras muchas con los trazos de nuestros dibujos.

Para no variar, llegué tarde pero esta vez no fue por mi culpa. A los cinco minutos de salir del pueblo, a unos 50 kilómetros de Cuenca, pinché. Es la segunda vez en mi vida que lo hago. No sé quién fue el animal que apretó los tornillos de aquélla rueda pero, por dios,  casi me da una trombosis del esfuerzo que hice para desajustar aquéllo.  Tuve después la gloriosa idea de dejar el coche en el parking habitual, en la parte baja de Cuenca. Entre la carpeta grande, la mochila con caballete incluido, la temblequera de los tornillos, el mal hábito del tabaco y las cuestecitas, llegué a la plaza Mayor hecho una pintura negra de Goya.

Pero no, no estábais allí, qué va. Os habíais subido a la parte más alta de la ciudad, a la zona del  castillo, que jodíos.

Tenía ganas, muchas ganas de conoceros. Hubo a quien no me costó en absoluto reconocer (Joshemari,  Teresa Jordá,  Juankar o Manuel Llorés). Falto ya de costumbre de trabajar en cuaderno, solo llevé blocks de acuarela y, al igual que los demás, me puse a hacer aquélla maravillosa panorámica que nos ofrecía la ciudad desde lo más alto. Tratando más de captar la atmósfera de misterio que tiene Cuenca que otra cosa, esto fue lo que me salió.

Bajamos despues hacia la Calle de San Pedro y junto a Fernando Abadía, su mujer y el crack de Ferto, conocí a Manuel Llores. Otro que era como siempre me lo había imaginado. Sanote, divertido...nos estuvimos echando unas risas con su cuaderno. Desde allí hice un dibujo con pincel de tinta y acuarela que, al final de la tarde, regalé a nuestro amigo Joshemari. Me hacía ilusión que lo tuviese él porque, como ya he dicho alguna vez, he aprendido muchísimo de su trabajo y nunca me cansaré de admirarle. Me la acaba de enviar por correo electrónico porque no llegué a sacarle foto.

Nuestro amigo Fernando tuvo la gentileza de regalarme este magnífico dibujo que me hizo mientras pintaba. Ni me enteré de que estaba haciéndolo pero es que dibuja a la misma velocidad con que piensa....como un rayo.

 

La comida fue extraordinaria. 15 euros por lo que comimos....un verdadero regalo. Solo faltaron los zarajos para completar los platos típicos conquenses. A mi izquierda Fortu y a mi derecha Juananto, frente a mí Fernando (aluciné con él y con su ingenio) y Joshemari, con sus respectivas chicas. Qué pena que la mesa no hubiese sido una gran mesa redonda donde poder cruzar comentarios entre todos. Una pequeña sobremesa. Anaís metiéndonos prisa para marchar al museo de arte abstracto mientras, unos y otros completaban el cuaderno que pretendíamos regalarle a propuesta de nuestra Susana (me quedé con ganas de charlar más contigo pero habrá más ocasiones, seguro).

Fortu y yo marchamos a la Plaza Mayor y, a pié de un gintonic, hice este dibujo sobre el pórtico del ayuntamiento.

Recorrimos aún alguna callejuela más e hicimos otra acuarela que ha ido a la carpeta de reciclaje porque lo mismo me da mirarla del derecho que del revés.

Bueno, tan solo quiero decir que se me hizo corto, muy corto el día. Me quedé con muchas ganas de hablar con muchos de vosotros, de conoceros mejor. Todo mi agradecimiento a Anaís por habernos emplazado a este maravilloso encuentro, por su trato y atención y también a su maravillosa familia.  Y, cómo no, gracias a todos vosotros por haberme permitido disfrutar de un maravilloso día.  Espero que pronto volvamos a vernos. UN FUERTE ABRAZO.