Andaba la reverendísima madre abadesa, doña Marga, a la caza
y captura del contenedor de gafas perfecto: perfecto cachivache, digno de ser
tuneado, para redondear el oufit del bolso pinturero. Donde guardar unos rotuladores, un pincel de agua, un lapicero... Perfecto para entrar en ese mundo de latas,
fundas, cajas, etc, que roza lo diogénico, en este convento. Perfecto y digno. Digno para mostrar y
compartir en el simposio cachivachero. Perfecto y punto. Punto. Entregada en la
febril búsqueda hallábase cuando topose, en un pequeño y recóndito recoveco de
los entresijos del bargueño, con el archiperre perfecto, con la funda perfecta:
hum… amplia, ancha, profunda, pensó imaginando que ella sería el paraíso
perfecto en el que sus pecadillos pictóricos pasarían desapercibidos. No
obstante, su interior guardaba otro tipo de perdición. Las antiparras solares
perfectas para los venideros días de sol, además del paraíso ocular del alérgico.
Rotulador calibrado y bolis de los chinos sobre agenda reciclada 11x15 |
Otro día será. Será por arcas, arcones, baúles, bancos, bargueños,
cajas, cajones, consolas, jamugas, fraileros, papeleras, paragüeros y hasta zaguaneros
en este convento…
Rotulador calibrado y bolis de color de los chinos |
La madre abadesa se alejó por el claustro recogida,
pensativa, meditabunda, circunspecta (convendría pensar -pensó-, puestos a
ponerse, en algún ungüento; más aún estando, como está, tan perverso don
Lorenzo…)