De Cipango a Sigüenza

Queridos hermanos, ya cada uno en su cenobio, os envío mis bendiciones, mis mejores deseos y algunas fotos. Y dibujos. Hay más, aún sin darles en el scriptorium el último recorte y pulido con el Photoshop, diabólica herramienta. El manuscrito completo, con viaje de ida, estancia y regreso a mi diócesis aparecerá en un próximo legajo bloguero y artimañoso, que va tomando volumen, pues Dios no me dio el don de la brevedad. Él sabrá.
Tal vez nuestro Señor nos castigue con dura mano por celebrar nuestro concilio alrededor de una calabaza, mancillando la memoria de su amado siervo el Cardenal Mendoza, que poco ultraje pareció bautizar con su nombre un coñac.
Buenos ratos pasamos, pluma en mano, pacharán en mesa, dejando cojos a la mitad de los corderillos del término, entregados a copiosas libaciones de licor de endrinas y a torpes discursos agravados por risas, siempre reveladoraas de tan poco fuste como débil fe. Tranquiliza ver que la abundancia de torreznos y morcillas acredita que, pese a todo, seguimos siendo cristianos viejos, aunque cada día más viejos que cristianos. Que el Señor nos perdone, que yo nos he perdonado ya, que tengo mano en el arzobispado de Cipango, en la diócesis de Catay, según el hermano Urumo.
Lo dicho, hasta que un próximo concilio nos saque de nuestras respectivas parroquias, os envío un fuerte abrazo.